Candidatas: ¿estamos peleando por todo?
En un contexto plagado de debates sobre los cupos laborales y políticos, mujeres y disidencias se posicionan y candidatean en estas elecciones. Abandonando el análisis de tipo feministómetro, trataremos de mapear cómo se arma el nuevo mapa político y qué tienen para decir lxs canditatxs.
Me gustaría decir que existe la misma cantidad de candidatxs mujeres o LGBTTIQ que varones en las listas que participarán de las PASO, pero no es así. En las nueve fórmulas presidenciales y vicepresidenciales sólo participan cuatro mujeres (22%). De esas cuatro, sólo una es precandidata a la presidencia: Manuela Castañeira del Nuevo MAS. Tanto Cristina Fernández de Kirchner (Frente de Todos) como Romina Del Plá (FIT) y Cynthia Hotton (NOS) son precandidatas a vicepresidentas. En la Provincia de Buenos Aires, pasa lo mismo: una sola precandidata a gobernadora, María Eugenia Vidal, por el Juntos por el Cambio. Encabezando la lista de diputadxs provinciales, se encuentra únicamente Graciela Camaño (Consenso Federal).
En las fórmulas para el gobierno de CABA, hay apenas dos mujeres: la precandidata a jefa de gobierno por el espacio Despertar Mariquita Delevechio y la precandidata a vicejefa de gobierno por el FIT Vanesa Gagliardi. Dos, como si CABA tan sólo pudiera tener jefe de gobierno. En el primer puesto de las listas de diputadxs por la Ciudad, también hay suprema mayoría masculina: sólo los espacios de izquierda tienen mujeres en los primeros lugares (Myriam Bregman por el FIT y Marina Robles por el Nuevo MAS). Por último, entre los precandidatxs a senadorxs por CABA sólo el Nuevo Mas lleva una mujer, Inés Zadunaisky, a la cabeza de la lista.
Si bien este panorama no termina de expresar cuál es el porcentaje de participación de las mujeres y disidencias en las listas, sí es un puntapié para conversar acerca de dos puntos que me llaman la atención: primero, todas figuras que mencionamos son mujeres; segundo, son esas mujeres representan esos espacios políticos hace ya un buen tiempo. ¿Por qué destaco estos puntos? Primero y principal, porque la construcción del cupo trans es nulo en el armado de las listas, un hecho verdaderamente problemático. Al mismo tiempo, es una reflexión en torno al funcionamiento de la democracia representativa que se regula a partir de la reproducción de estructuras jerárquicas que avalan los lugares de poder, referencia y autoridad política. Las internas son internas de figuritas, las imágenes de las representantes no terminan de expresar cuáles son la posta de la militancia política de las mujeres y el movimiento LGBTTIQ.
Si tenemos que realizar una lectura del mapa político en estas elecciones en clave de género, diremos que, a pesar de los procesos políticos situados en Argentina desde 2015 a partir de la irrupción del Ni Una Menos, y que configuran un verdadero avance cuantitativo y cualitativo en el debate público sobre los derechos de las mujeres y disidencias, el modo en que elegimos a nuestrxs representantes no es igualitario: es desproporcionado y termina ubicando en los lugares de jerarquía y de mayor toma de decisión sólo a varones.
Que no me vengan con el discurso de Alberto al gobierno, Cristina al poder. Entiendo que en un contexto eleccionario lo que elegimos son representantes, no soy ingenua. Entiendo también que la lista que encabeza Fernández es la única que puede hacerle fuerza al gobierno de miseria, ignorancia, violencia, reaccionarismo y neoliberalismo de Mauricio Macri (uno y otro, varones, claro). Entiendo que un contexto de asfixia política y supresión de la existencia de derechos humanos es prioritario que el grupo que esté en el gobierno al menos nos deje respirar para poder seguir luchando. Si nos cortan el aire, no llegamos. Perfecto, lo entiendo. Lo que me resulta insoportable es tener que defender la perspectiva feminista o de género de los espacios políticos que se arrogan tener plataforma de género, pero donde dicha plataforma termina siendo testimonial porque los que terminan ocupando los espacios de poder son los mismos. Me gustaría saber cuánto aumentó el presupuesto por mujer correspondiente a la ley de violencias contra las mujeres (si es que alguna vez tuvo un presupuesto digno).
Creo que, en algunas cuestiones, no hay que achicarse. Los lugares de poder también deben ser ocupados por mujeres y disidencias. La discusión no es sólo por el cupo sino quiénes ejecutan y llevan adelante esas políticas públicas, materializan decisiones y representan al feminismo en toda su expresión. Porque tampoco voy a defender a las candidatas que representan la derecha. Ninguna funcionaria pública o candidata que esté a favor del FMI, la represión al pueblo o los tarifazos puede considerarse feminista. Lo siento. El feminismo, rectifico, el transfeminismo debería ser, como indica su enunciación, trans: transversal, incluso en el abordaje teórico y práctico con que llevamos adelante nuestros activismos diversos. El feminismo sin lectura de clase social, sin laicidad, sin reconocimiento de las diversidades étnicas, sin antirracismo no es feminismo, es otra cosa. De nuevo, lo siento, pero nombremos las cosas como son.
Me disloqué, me irrumpe la provocación.
La discusión eleccionaria es sobre representantes, no sobre la forma como construimos nuestra cultura. O, mejor dicho, deconstruimos nuestra cultura. Las elecciones, cuatro años de representantes en materia política y económica. Los candidatos son en su mayoría varones, más o menos progresistas, más de izquierda o más de derecha, pero siguen siendo el sujeto privilegiado del patriarcado. Son pocas las candidatas con militancia y trayectoria en género. Verdaderamente pocas y, si bien integran las listas, están en lugares menores.
No creo que una mujer por ser mujer vaya a cambiar las condiciones materiales de nuestra existencia si llega a ser presidenta. Pero una mujer o disidencia con perspectiva transfeminista, ocupando un lugar de poder, sí puede modificar estructuras. Me da pena conformarme con que siempre tenemos las calles y la militancia. Sí, perfecto, eso va a ser algo que no vamos a abandonar. No me gusta caer en el discurso y la retórica heroica.
Si me preguntan, me gustaría que en verdad disputáramos el poder hegemónico desde los lugares que nos fueron prohibidos o censurados por 1.000 años. Pienso que podemos tener las calles, pero también el gobierno. La perspectiva política se amplía cuando empezamos a reconocernos también como capaces de situarnos en esos lugares e imaginar cómo construiríamos nuestro gobierno. Finalmente, tenemos que ceder, cedemos porque los pibes y las pibas están durmiendo en la calle y no tienen laburo, porque las universidades se derraman de cantidad de gente porque no les queda otra que meterse en una facu a estudiar algo para tener algo, para sentir que sus vidas valen.
Es como si tuviéramos que pelear por el derecho a nuestra existencia. Y si tenemos que pelear por existir y yo vengo a decir “quiero un gobierno transfeminista”, claro que resulta ilógico, descontextualizado, casi egoísta. Sin embargo, en algún momento (inminente), nuestra consigna debería pasar de ser “no nos maten” a “queremos todo” porque, si no lo enunciamos, tampoco lo creeremos. Creemos que no deben matarnos y hacia allí nos estamos dirigiendo cuando, en realidad, nuestra pelea es por todo. Un gobierno transfeminista será mejor que un gobierno que no lo sea. Y sí, me vuelvo completamente afirmativa en este sentido, porque no hay nada más representativo en el transfeminismo que la pelea por libertad y la igualdad de todes. No hay otra mirada que propulse lo mismo.
Volviendo de la deriva posibilitadora de pensarnos por fuera de las bolsas de consorcio, quisiera retomar algunas cuestiones y datos vinculados a este tema. El Observatorio Político Electoral, hizo un relevamiento estadístico sobre la participación de mujeres en los últimos 18 años. La ley 24.012 que promulga el cupo femenino en las listas legislativas data de 1991, pero terminó de aprobarse recién en el 2001. Imponía un piso del 30% (lo mismo que se pide este año para la participación de las músicas y musiques en los festivales y escenarios del país), y desde que comenzó a ser directa, el piso de participación “femenina” en ambas Cámaras nunca superó el 45%.
En 2017, con los antecedentes de la Ley de Identidad de Género y los sucesos a partir de Ni Una Menos, se sancionó la ley 27.412 de Paridad de Género en Ámbitos de Representación Política que garantiza que este año el 50% de las listas esté integrado por candidatas mujeres intercaladas y secuenciales (sólo mujeres, no se aclara la inclusión de otras identidades ni la autopercepción genérica). Actualmente, la Cámara Baja está integrada por 99 mujeres que representan el 38% del total, una proporción con una leve disminución en comparación con la legislatura anterior (2016-2017). En el caso del Senado, las mujeres conforman el 41,6%, prácticamente igual que el bienio precedente.
En el caso de las provincias, la participación de las mujeres representa el 33%, un poco por encima del piso de la ley del 2001. Sin embargo, ya rige la paridad en 14 provincias (Buenos Aires, CABA, Catamarca, Chaco, Chubut, Córdoba, Formosa, Mendoza, Misiones, Neuquén, Río Negro, Salta, Santa Cruz y Santiago del Estero). Por supuesto, ley de paridad es muy reciente, por lo que el proceso de adaptación es paulatino e in crescendo. En el caso de Buenos Aires, la participación femenina alcanza el 33% en el Senado y el 35% en la Cámara de Diputadxs. No obstante, en el caso de Salta, se redujo alrededor de un 5% en ambas cámaras, con una composición actual del 13% en el Senado y 20% en Diputadxs (algo así como la nada misma). Neuquén y Chubut, por su parte, aunque aprobaron la ley en 2017, deben esperar aún a las elecciones de este año, igual que las provincias restantes, donde la ley se sancionó recién el año pasado.
Como decíamos, la ley de paridad tiene poco tiempo, pero los números indican que falta bastante para llegar a la situación de paridad justamente porque la ley por sí misma no es el único factor determinante de la igualdad. Si pensamos en el funcionamiento del sistema electoral en su completitud, sabremos que hay otros elementos de peso que conspiran contra el principio de paridad que promulga la ley.
Ni hablar de la ‘eficacia simbólica de la ley’ de la que nos habla Segato, esto es, de lo poco que toleramos como cultura que las mujeres ocupen cargos públicos tomando decisiones o ejerciendo roles de máximo poder (no quiero dejar de decir que la campaña anti-Cristina estuvo siempre más abocada a su condición de mujer que a su práctica de la función pública. Eso fue siempre misoginia). La cultura patriarcal demoniza y envenena desde sus múltiples brazos armados e ideológicos que una mujer feminista o transfeminista ejerza el poder. Las únicas mujeres toleradas en el poder son las que representan la imagen de bondad y sumisión, o aquellas que son condescendientes con los parámetros de construcción de poder masculinizante. Ambos estereotipos defienden los intereses del FMI. Esas mujeres no son nuestras candidatas.
Retomo. ¿Qué queremos? Todo. Empezar a materializarnos un posible gobierno transfeminista, por allí arrancaría.